Esa frase que dice "las cosas no se aprecian hasta que se pierden" es muy cierta... uno de los mayores dramas que recuerdo fue un invierno con temporales que provocaron problemas en EMOS (actualmente Aguas Andinas) y vino el corte de agua en gran parte de la ciudad por tres días... parece poco tiempo, pero bastó apenas un día para que los transtornos generados sobre algo tan habitual, como el aseo personal, me pusieran en un estado de irritación permanente. Entonces pensé que estamos tan acostumbrados a que abriendo una llave tenemos toda el agua que queremos, que no tomamos conciencia de su importancia... hasta que se acaba.
Los cortes de energía también nos transtornan la vida porque actualmente todo es eléctrico... Sin embargo, prefiero estar sin energía que sin agua. Sin luz se puede vivir (en condiciones precarias, pero se puede). Sin agua, simplemente no se puede. Ya viví esa situación y no me agradaría volver a vivirla. Por otra parte, los cortes de luz tienen para mí cierto atractivo extraño (al igual que los temblores), porque estando en casa, llegaba el momento de activar mi elemento predilecto: la radio a pilas, y escuchar cómo los periodistas comenzaban a movilizarse para averiguar qué había ocurrido, las zonas afectadas, etc...
Sin embargo, en una ocasión, el corte de luz me pilló en la calle, caminando de regreso a casa, un día de invierno y ya de noche. Todavía recuerdo como de pronto, todo se volvió negro. Tuve que detenerme. Sólo se veían las luces de los autos. No podía ver dónde estaba pisando. Pero no me podía quedar allí. Aunque sólo faltaba una cuadra para llegar a casa, fue la cuadra más larga que me ha tocado recorrer. Y al llegar, antes de entrar, dirigí mi vista hacia arriba, y pude contemplar un panorama que actualmente es un privilegio ver (en la ciudad): el cielo totalmente estrellado.
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