El minibus comenzó a subir las cuarenta curvas, y en cada una de ellas, aparecía más montaña, y más nieve. De pronto, como a medio camino, el tránsito se volvió lentísimo. Se divisaba una gran fila de vehículos. Claro, mucha gente aprovechó el buen día para ir a esquiar.
De pronto el chofer advirtió que en Santiago se estaban formando grandes nubosidades. ¿Llegarían hasta acá? No quise pensar mucho en eso.
Hasta que llegamos a El Colorado. Una vez abajo, comencé a tomar fotografías, mientras Fran reportaba nuestro feliz arribo. Descubrí rápidamente que estando al sol, no se sentía frío. De modo que nos instalamos en unas mesas al aire libre, con vista a los andariveles. Estaba realmente repleto de esquiadores. Me dieron ganas de tomar un café, pero mil pesos por un mugroso Nescafé me pareció un robo. Pronto me di cuenta que todo lo que se vendía costaba el doble que en Santiago. Fue buena idea haber traído alimentos.
Las nubes comenzaron a subir. Rápidamente seguí tomando fotos. Hasta que empezó a nublarse.
Adelantamos nuestro "almuerzo". Sin embargo, ya sin sol, decidimos entrar a refugiarnos.
Pasaba el tiempo, y afuera la situación se ponía peor. De pronto se perdió de vista la punta de la montaña, hasta que llegó una neblina. Y comenzó a nevar.
Faltaba mucho para las 17, que era la hora de partida del transporte. Salí al balcón a tomar fotos. Estaba muy frío. Tuve que entrar. Y pedir un café. Afuera los esquiadores seguían encaramándose a las telesillas.
Hasta que por fin llegó la hora y nos subimos al minibus. En ese momento sólo pensábamos en el fin de nuestra aventura y volver pronto. Sin embargo, la real aventura recién comenzaba...
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